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LA PRIMERA VEZ QUE ME TOCÓ
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LA PRIMERA VEZ QUE ME TOCÓ

En medio de la clase se me escapó un gemido. Por unos segundos, todos voltearon a verme. Me llevé los dedos a la boca y empecé a quitarme el esmalte con los dientes. Paré cuando noté que había atrapado la atención de Andrés.

—No te preocupes— susurró.

No contesté. Sostuve la mirada. Luego, bajé la cabeza y fingí escribir en mis apuntes.

La clase iba a retomar su curso cuando escuché un crujido y un  dolor punzante me atacó por sorpresa. En silencio, me paré del asiento  y cabizbaja, como en pena, cojeé al baño. El dolor desapareció. Me miré en el espejo. Saqué  de la cartera un rubor, me lo apliqué. Hacía calor. Recogí mi cabellera negra en una coleta, cubría toda mi espalda. Sin prisa, fuí a un retrete, me senté y examiné mis pies. La piel del maléolo parecía moverse lentamente. Cuando la toqué, paró.

—Debe ser el cansancio— me dije.

Tomé mis cosas y me marché sin terminar la lección.

La noche estaba despejada, iluminada por una luna menguante. Mientras caminaba, presentí a alguien a mis espaldas. Miré hacia atrás para ver quien era y vi una silueta furtiva avanzando al mismo tiempo que yo. Apreté el paso. Me sudaban las manos. Al palpar su humedad sentí la necesidad de correr,  pero no lo hice. Avancé y puse mis llaves entre los dedos.

—Si intenta tocarme se las voy a clavar en los ojos—pensé.

Aunque era verano temblaba con frío, pero no perdí el vigor. Seguí caminando rápido y firme.

A unas esquinas de mi casa escuché un -pssst, pssst-. Me puse nerviosa. Pensé en mi abuela y las tantas veces que me había hablado de la llegada de este día, de cómo nuestro cuerpo responde cuando alguien trata de hacernos daño. Con miedo, empecé a correr.

—!Si me toca lo mato! !Lo voy a matar!—repetí

Sentí  presión en el pecho. Comenzaba a subir la cuesta cuando sentí un calambre. Me fallaron los pies. Tropecé con ellos y caí al suelo. Rodé hasta donde estaba quien hasta ahora silenciosamente me había perseguido. En la caída había perdido las llaves y tentando el suelo ahora las buscaba. Traté de pararme y tomar impulso, pero al escuchar su voz me detuve. Me llamó por mi nombre. Era Andrés.

Sentí alivio y bajé la guardia. Se ofreció a llevarme a casa y asentí. Él acortaba los pasos como si no quisiese llegar. Caminamos con la lentitud de un sentenciado a su muerte. Me habló un poco de nuestra infancia y lo mucho que extrañó al pueblo durante los años que vivió en el extranjero; especialmente a mí.  Su voz estaba cargada de alegría. Hacía tanto tiempo que nadie me hablaba o miraba así. Entonces dejé que lo hiciera, que me llevara al compás de su ritmo.

En frente de la casa nos despedimos. Me dió un beso en la mejilla y al separarnos vi cómo se mordía los labios. Caminé despacio hacia la puerta. Me observó girar la llave en la cerradura. Cuando estaba a punto de abrir, me preguntó si quería un cigarrillo. No fumo pero fui.

Ándres caminó hacia la próxima cuadra y lo perseguí en silencio. Mientras fumaba, nos guió hasta un callejón desolado. Ahí una pareja se besaba sin escrúpulos. Cuando nos escucharon, pararon. La chica salió arreglándose la falda y su acompañante la siguió magnetizado, en silencio. Nos reímos. Andrés intentó tomarme de la mano. Lo evadí. Crucé los brazos pero me agarró y me recostó contra la pared. No dije nada y empecé a respirar profundo. Intentó besarme. Moví la cara pero con sus manos me la agarró. Me besó. Lo empujé. Le dije que no quería. No escuchó y volvió a tirar el peso de su cuerpo contra el mío. Me repetía que me iba a gustar mientras me sujetaba las muñecas y olía mi cuello. No me atreví a gritar. Pensé en Carmen y su denuncia de acoso. Tildada de puta.  Puta; por llevar una falda corta  y provocar a quienes se la levantaron sin su consentimiento. ¿ Qué iban a decir de mí?

—¡Por favor para! — Insistí.

—Ay Nereida. Nereida. Me traes loco. Como hechizado. Te va a gustar, te lo aseguro, te va a gustar— decía mientras me besuqueaba el cuello.

Me soltó una mano para así bajar mi blusa y el brasier. Me agarró el seno desnudo  y lo apretó.

—Para, Andrés, para—alerté.

Con su hombro me empujó aún más fuerte contra la pared. Bajo al pezón, lo chupó. Cerré los ojos. Empecé  a clamar. Me detuve al sentir que me soltó la otra muñeca. Abrí los ojos. Miré como se apresuraba a abrirse el pantalón. Tomé mis llaves. —¿Realmente cuánto daño iba a hacer con ellas?—reflexioné.

         Comencé a clamar de nuevo, pero esta vez sentí que no lo hacía sola. Alguien o algo me susurraba  en el oído. Por un segundo pensé reconocer la voz de mi  abuela hasta que empecé a escuchar voces, muchas, en coro. Me uní a pronunciar lo que escuchaba aunque no lo comprendiera.  Andrés paró y me miró. Me llamó loca de mierda y empezó a arreglarse el pantalón. Escuché el crujido una vez más. Mi cuerpo empezó a cambiar. Me miré las manos y presencié mis uñas crecer afiladas. Me sentí más grande y fuerte aunque llevaba la misma estatura.  Me le acerqué aún más y le arañé la cara. Trató de irse pero lo agarré por el cuello y perforé sus venas.

Un chorro de sangre caliente emanó de él, me mojó. Dejé su cuerpo caer. Al verlo en un charco de sangre me exalté. El fluido me hipnotizaba. Me agaché para olerlo, su esencia me producía un ajeno placer. Quise saborear y tragar su estirpe.  Me acerqué y casi lo hice mas escuché un ruido; a casa corrí.

Esa noche dormí como nunca; sin miedo a la oscuridad. No tuve ningún sueño. Por la mañana me levanté con una hambre fatal. Fui a la cocina. No encontré nada que me apeteciera. Caminé a la sala. Allí mamá sacudía los muebles. Cantaba al son de una canción de Chichi Peralta. Le di los buenos días. Encendí el televisor y navegué por los canales buscando saber de Andrés. No podía escuchar lo que veía entonces subí el volumen.

*<<El año arrancó con dolor y luto en República Dominicana. Tres mujeres cayeron asesinadas, dos de ellas presuntamente a manos de sus parejas y otra que murió apuñalada después que rechazara los cortejos amorosos de un hombre en un …>>

—¡Vamos de mal a peor! Apaga eso —dijo mamá.

Bajé el volumen. Seguí mirando las imágenes. Al final de las noticias por fin apareció Andrés. Pusieron la foto de su carnet universitario en la pantalla. Se veía magistralmente joven y guapo. Su piel morena brillaba aún más de lo que yo recordaba. Subí el volumen una vez más.

<< … la muerte del joven es enigmática ya que no se ha visto al presunto animal por esta área en años. Los expertos bus…>>

Mi mamá me pasó por el lado e  interrumpió.

—Mueve los pies, voy a barrer ahí.

Vió la televisión y luego me miró a mí. Bajé el volumen. Me miré las manos.

— ¿ Lo mataste?—preguntó  y no supe qué decir.

—¿ Y esa pregunta?—Contesté tratando de saber lo que intuía.

—Mírate los pies. Están al revés. Ya eres toda una ciguapita.


Carisa Musialik nació y se crió en Valverde, Mao, República  Dominicana. A los quince años emigró  a los E.E.U.U. Estudió letras en New York, Argentina y España. Luego, hizo una maestría en pedagogía en la ciudad de New York donde aún reside. En su tiempo libre escribe cuentos y poesía donde explora el efecto de la nostalgia en la memoria y su impacto en el individuo. Su primer libro para niños A dormir, a soñar estará disponible en la primavera del 2021.

Instagram: @Carisamusialik

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