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TUYA ACOSTA
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Tuya Acosta, basura silvestre, no de zafacón sino crecida mundana. Vivió una vida de pesadillas, manchada de humillaciones empezando con padres descarriados huyendo al olvido. Sin pasaje se iban de viajes a deleites psicodélicos y dejaban a Tuya con los vecinos. Ella tenía solo ocho años cuando le obsequiaron una hermanita, Soledad, para que la acompañara, dándole razón para vivir. 

Soledad era cautivadora, caprichosa y exigente. Recibía todo lo que Tuya añoraba, amor, afecto y atención. Tuya era temerosa, triste y carecía de ternura. Pedía abrazos como una limosnera, pero poco a poco se dio cuenta que cada abrazo varía como el viento. Había esos tiernos, como los que ella anhelaba, pero también había abrazos perniciosos donde se aprovechaban de su sencillez, apretandola y tocándola inapropiadamente.Por desgracia Tuya era imán para el acoso, hostigamiento y sufrimiento. Soledad, al contrario, hacía su propia suerte, la cual compartía con Tuya quisiera o no quisiera, arrastrándola como piedra rodante a todas sus aventuras. Disfrazándola de chaperona y por obligación concediéndole todos los deseos a la joven precoz.   

El plan de Soledad siempre fue casarse tan pronto alcanzara la mayoría de edad. Tenía un viejo de buenos ingresos atrapado en su vista. Darío Maldonado, rico y hechizado con la picardía de la muñeca coqueta, le cedió su billetera y corazón.Tuya nunca tuvo ese tipo de suerte, estuvo escondida en las trincheras de su mente, traumada y tranquila. ¿Por qué recordar eso que destrozó su confianza? Los abusos y manoseos de niña, los encerró en el ataúd de su memoria. Por mucho tiempo su mantra fue “Soy nada, fui nada, nada soy”, y con eso aprendió a nadar. Navegó tras su abandono levantando barreras dentro de sí misma. Nada la alcanzaba, ni siquiera esa mano siniestra y malévola que se estrechaba desde el timón; esa noche negra fue rechazada con firmeza y jamás la tocaría.

Soledad tampoco le hacía la vida fácil. Tuya siempre cuidó a Soledad especialmente durante su único embarazo cuando nació su primogénita, Gloria. Después del parto Soledad quedó enfermiza, postrada en una cama, inmóvil con una parálisis permanente. Tuya, hermana fiel, permaneció para cuidarla y siguió siendo un buque de carga vitriólica aceptando los abusos que Soledad le lanzaba. La beata colectó heridas como cuentas de camándula en un peregrinaje de sacrificios descontados mientras los años pasaron.

Año tras año, Soledad, consumida por la envidia, le gritaba, le escupía y la amenazaba con desalojo hasta el punto un día que Tuya dijo ¡no más! Tomando la almohada, la colocó sobre su cara y presionó asfixiándola hasta que su cuerpo se quedó flácido, mientras ella se sacudía de todas sus angustias, para luego cubrirse nuevamente de tristeza. Darío tenía a su hija Gloria y aceptaron su pena ya que creían que Soledad había muerto en su sueño. El duelo de Tuya fue un castigo solitario que consistía de latigazos a su conciencia ya que ahora si no tenía a nadie. Darío se encargó de los arreglos del entierro, mientras Tuya cayó en una niebla de depresión. La frialdad del invierno arropaba al cementerio y los sepulcros como sabana de luto. Los árboles lloraban hojas secas que crujían bajo las pisadas de los invitados.

Una tumba hecha de barreras la momificó y desde ahí los escuchó decir…

Ella fue amada.

Sera extrañada.

Su alma y la calma juntas están.

¡No!, gritó Tuya. 

¿Que pasa aquí?

¡Sol despiértate, perdóname Soledad!

Arrepentida de una vida sonámbula, ya fue muy tarde, el pasado de Tuya la había alcanzado.

Hoy, el homenaje es para Soledad quien siempre la acompañó. Tuya quien fue tuya, suya y de nadie, construyó un escudo de espada de hielo y vidrio, cuya magia la convirtió en agua y polvo, penetrante pero invisible. Sobreviviendo entre las tinieblas por miedo de vivir su vida plenamente ya no tenía valor. Soledad la liberó de la penitencia perpetua infligida por Tuya misma. 

Ahora, la batalla comienza…

Arrugada, tal vez…

Mirando al cielo, el sol brillaba con esperanza invocando su nuevo mantra, “soy alguien, alguien seré, alguien soy.” 


Biography

Rivera is a woman of Puerto Rican descent, born and raised in New York City,
New York. Rivera has a BA from Baruch College, CUNY with a dual major in Psychology and
Spanish, concentrations that have contributed to her understanding of people and
culture. She works as an administrative assistant, is a caregiver, is kind, and lives a
simple life.

Until now, her prose and poetry have been an outlet of emotions, observations, and
venting shared exclusively with family, colleagues, and friends. It is now time to
share her meanderings with others. Her signature is interchangeably either Roseann
or Chana (her childhood nickname). Roseann currently resides in New York City, New York.

Twitter: https://twitter.com/poemsbychana

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