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DESDE LA VENTANA
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DESDE LA VENTANA

Ahora estoy mirando por la ventana de mi habitación en Londres. Son aproximadamente las diez de la noche, pero se ve igual de oscuro que a las cuatro treinta de la tarde.  El ambiente es calmado. Cada día me siento en el escritorio que da vista a la ventana. La mayoría de las veces, inevitablemente, me distraigo de los deberes universitarios al mirar hacia afuera, actividad que he hecho con frecuencia durante los últimos meses de lockdown. 

Una de las habilidades que he desarrollado es la de reconocer rostros, aunque admito que es casi imposible ver los mismos desde mi cuarto que está en un tercer piso. Hasta el momento, solo tres he podido recordar: el de un señor, de unos ochenta años, que en las mañanas paseaba con un bastón acompañado  por una mujer más joven, quizá su hija, y de una niña que podría ser probablemente su nieta. Siempre pasaba lo mismo. La niña iba corriendo y luego doblaban en la calle que está justo enfrente de mi ventana. Minutos después ya mis ojos no podían alcanzarlos. Pero algo me preocupa, desde que se inició el 2021 no he visto a ninguno de los tres haciendo la rutina mañanera. De haber estado en mi país, hubiese cruzado la calle y tocado el timbre para saber cómo está la familia y por supuesto la salud del señor,  a quien semanas antes, al verlo caminar, se le notaba físicamente agotado. 

Sin embargo en este sector que tiene un aproximado de 170,000 habitantes, de acuerdo con un censo llevado a cabo en 2011 por el municipio de Brent, no he tenido la oportunidad siquiera de platicar con los vecinos. Cada mañana al levantarme miro por la ventana esperando ver al señor. Al no tener éxito mis primeros pensamientos son la posibilidad de coronavirus, debido a que luego de la aparición de una nueva cepa en Reino Unido y el anuncio del primer ministro, Boris Johnson, de más de cien mil fallecimientos por la pandemia, cualquier posibilidad es válida. 

Es fácil distraerse desde mi ventana. No les miento. En los días más aburridos no necesito una cuenta para ver capítulos por plataformas streamings ni leer un libro. Con el simple hecho de mirar al cielo, que casi siempre está gris por las lluvias, me percato que cada diez o quince minutos pasa un avión relativamente cerca y es que tengo al aeropuerto Heathrow, el más grande de Reino Unido,  a media hora de casa. Desde mi cama a veces veo las luces de las aeronaves que parpadean con los colores rojo y azul. No obstante, los aviones se pierden rápido entre las nubes y solo permanece su peculiar sonido, al cual ya me he acostumbrado, aunque admito quisiera que desapareciera. 

Pese a las diferencias que hay entre Londres y San Cristóbal, la ciudad donde me crie, debo admitir que hay algo que me da un flashback a mi país. A través de mi ventana traspasa el ruido que emiten las pasolas, que es más inoportuno durante las noches.  Lo único que me mantiene tranquila es que al escucharlo en Londres no me provoca estrés ni ansiedad. El mismo ruido en medio de la noche y en una calle solitaria como la de mi vecindario en República Dominicana significaría una crónica de un asalto anunciado, miedo que se ha calmado luego de cuatro meses en la capital británica. 

Desde el primer día que me mudé con la finalidad de una preparación académica sabía que era un contraste inmenso en comparación a la pequeña habitación en casa de mis padres. Pero desconocía cuáles serían las primeras impresiones que tendría al llegar. La primera noche en una casa de tres plantas, dos baños y cinco habitaciones no fue la más placentera. Al parecer puede ser el sueño anhelado para muchos tener para sí mismos, durante una semana, una amplia residencia en una de las ciudades más importantes del mundo. Sin embargo, la realidad, desde mi experiencia, fue diferente.  Mi nuevo hogar está construido en madera y, en medio de las heladas y silenciosas noches que pasé a finales de septiembre, se escuchaban sonidos que parecían sacados de una película de terror o de algún cuento del escritor estadounidense Edgar Allan Poe. Las escaleras, el piso y las puertas rechinaban. Pensé que la casa estaba embrujada y tuve que llamar a familiares y amigos para calmar mi intranquilidad. Luego lo comenté con el dueño de la residencia porque entre el miedo y el jetlag me estaba consumiendo. La razón de los sonidos se debía a que la casa es de la época victoriana, con más de cien años de antigüedad, y ha permanecido con la misma estructura arquitectónica desde su construcción.  

Volviendo a mi ventana y olvidándonos de los malos ratos que ahora me hacen reír, desde este cristal he visto cambios de temporada, un hecho que he presenciado por primera vez en mi vida. En República Dominicana, por más que en diciembre haya una “brisita navideña”, las temperaturas son acordes a la del verano los 365 días del año. Pero no pasa igual en Reino Unido. Cuando llegué en septiembre estábamos en otoño, mi primer otoño de verdad. A poquitos metros de la ventana, al lado izquierdo, había un árbol que al llegar no tenía hojas verdes, mas bien sus colores eran anarajandos y amarillos. Pero poco a poco y en menos de una semana, sus hojas desaparecieron delante de mí. Y justo hace unos días, en específico el domingo 24 de enero, nevó por primera vez en años en Londres. Un día histórico en mi vida. Mi primera nevada. Igual como en las películas navideñas, cuando me levanté a las diez de la mañana, abrí la ventana como cualquier día y vi la nieve caer y las calles llenas de ésta. Aunque la nevada concurrió durante una hora y media, fue un momento mágico. 

Pero lo que más me ha sorprendido desde la llegada no han sido ni los aviones ni los sonidos que creí eran paranormales, tampoco la desaparición del señor que caminaba frente a mi ventana o ni siquiera la nieve. Lo más curioso que he percibido desde mi ventana son los zorros. Sí, zorros. En República Dominicana estamos acostumbrados a ver perros abandonados, conocidos como viralatas, caminando por las calles. Sin embargo, tener a pocos metros de distancia zorros es una experiencia que no esperaba. Una madrugada, al mirar por la ventana, vi a tres zorros jugar en la calle principal de mi vecindario. Los zorros se han adueñado de las noches, mientras los londinenses y nosotros los estudiantes internacionales estamos en confinamiento, pensé. 

En las últimas semanas he visto las mismas cosas desde mi ventana. Todas las mañanas un señor vestido de rojo reparte el correo postal del Royal Mail. En las tardes, los padres hacen competencias con sus hijos. Una que otra pareja se sostiene de las manos y platica de cosas que no puedo escuchar desde mi ventana. Jóvenes caminan con airpods o big headphones mientras tararean canciones. Los miércoles el camión de la basura recoge los residuos reciclables y los desechables (algo a lo que me he tenido que acostumbrar, a separar la basura).  Todas las noches, a eso de las diez, un hombre sale al porche de su casa a fumar un cigarro. Y nunca falta aquel que se ejercita con pantalones cortos sin importar qué tan frío esté el clima. Lo único que me trae mortificación es que cada día veo más ambulancias del National Health Service (NHS), por sus siglas en inglés, pasando cerca de casa. 

Aunque la vista desde mi ventana es una bendición, admito que me gusta ver más allá de este cristal. Extraño las risas, las visitas a los museos para ver pinturas de Van Gogh o Diego Velázquez, sentarme en un pub y probar cervezas una y otra vez. También solo caminar entre la ciudad e imaginar qué escena de película fue filmada en esa zona o mejor aún cuál hecho histórico ocurrió en ese mismo lugar hace siglos. Pero mientras tanto me toca seguir viviendo el mundo desde mi ventana. El mandato oficial indica que hasta mediados de febrero y los rumores insisten que puede que hasta abril. El peor de los pronósticos es hasta julio, dos meses antes de mi partida de Londres.


Carolina Pichardo nació en Santo Domingo, República Dominicana. Está estudiando una maestría en Periodismo de Investigación en Birkbeck, University of London, luego de haber obtenido la beca Chevening, del gobierno británico. En República Dominicana trabaja para el periódico Listín Diario y uno de sus pasatiempos es la lectura, por tal razón comparte reseñas y contenido literario a través del canal de YouTube LaesquinaliterariaRD. Con 24 años ha ganado varios premios períodisticos entre estos el Premio Joven de Periodismo de la Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2019 y el premio Rafael Herrera de la Fundación Global Democracia y Desarrollo (Funglode). 

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